DEFENSA DEL QUESO.
Esta semana recibí una sorpresa gustativa en mi mal logrado paladar gastronómico. Lo que lo hizo posible fue un queso artesanal que compré a una productora de El Bolsón, Patagonia Argentina. En concreto una mozzarella fresca, y su equilibrio fue lo que me asombró.
Acostumbrado a ingerir ese bolo alimenticio, hecho a base de suero fisiológico vacuno poseedor de todas las vitaminas existentes en alfabeto al que vulgarmente se le llama queso, me impacto la calidad de esta mozzarella. Bien hilada, suave, perfecta de sal, ligeramente ácida y con el aroma láctico siempre presente.
A menudo intento comprender porque los buenos quesos que artesanos realizan, tiene tan poca presencia en las mesas argentinas. Quizás muchos diran que es por un tema de costes, pero yo lo dudo. En concreto el precio que pagué fue el mismo importe que tiene en un supermercado cualquiera.
En un país con semejante cantidad de vacas y ovejas, porque tenemos que consumir un queso tan espantoso. Hay otras opciones y la indignación es una de ellas.
El problema es que nos hemos dejado colonizar por esos ladrillos comestibles mal llamados queso fresco, o por la publicidad televisiva que invade la pantalla con hectolitros del cariñoso “quesito de untar”, que solo es ingerible mezclado con mermelada o kilos de cibullette, pepinitos, orégano o cualquier otro condimento que ayude a diferenciar y personalizar esa crema untable de cualquier bote de cosméticos con un contenido blando y blanco.
Por no hablar de la perversión gastronómica del concepto “ queso de rallar”, crueldad semántica sin límite que intenta justificar esa especie de incineración alimentaria al que sometemos un pedazo de piedra pómez fermentada. El año pasado, en Jujuy, pude probar una ensalada de rúcula aderezada con un queso de cabra artesanal ligeramente desmenuzado que sencillamente estaba para morirse.
Autojusticado por ese recuerdo es por eso que propongo que utilicemos todas esas bolsitas con “quesito” existente en los negocios para rellenar la base de una capa asfáltica o en las dañadas piscinas de contención de la Central de Fukushima. No sirve para nada más.
Por eso pido, reclamo, exijo, ruego y rezo por un queso mejor. Sin nombre, sin marca, con leche, con alma, con grasa, con gracia; que refleje el lugar, el clima y la gente y sobre todo… que sea queso coño!!!
Extraordinario concepto!!! Hace tiempo, a falta de queso de verdad, intenté gratinar queso de rallar de bolsita, y el resultado es ese: polvo y rocas lunares, no comestibles!
ResponderEliminarFlavio